Escribir en estas semanas ha sido un acto liberador y desahogo, pero no ha estado exento de lágrimas y dolor. Por momentos he preferido no escribir, pero en la pulsión ha ganado la necesidad de hacerlo.
A medida que el cuadro se deterioraba y pasábamos a la desesperanza, mi viejo me conmovió profundamente al ver sus demostraciones de amor para con Chavela, su gran amor y compañera de estos últimos más de 30 años.
Conformaban un incansable e inquieto dúo que entre bandoneones y millas recorridas siempre tenían algo sorprendente que contar o un plan por concretar.
“Rusita”, le decía y le tomaba con sus manos el rostro. Lo calmaba más que la morfina saber y sentir su presencia junto a la cama. Con todo ese amor, el silencio no era silencio, sino la constatación de un bello pacto.Y luego daban paso a la canción, y tomados de la mano, ella le cantaba un tango y él era por esos instantes el hombre más feliz del mundo, acompañando en una segunda voz de un dúo que jamás se disolverá.
La última tarde, ella le cantó un tango, él sentado en la cama realizó todos los esfuerzos para hacerle saber que su voz estaría junto a ella para siempre.
“Desde el azul del cielo
Las estrellas celosas
Nos mirarán pasar
Y un rayo misterioso
Hará nido en tu pelo
Luciernagas curiosas que verán
Que eres mi consuelo”.
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